Cupressus sempervirens L.
CupressaceaeEn enero de 1853, tienen lugar una serie de trabajos destinados a acondicionar la manzana del casco histórico de Sanlúcar de Barrameda donde se iba a emplazar el jardín del Palacio Ducal de Orléans y Borbón. En el espacio que hoy conocemos como Jardín de la Alberca, se habla ya en esa fecha de la presencia de cuatro cipreses, lo cual hace suponer la avanzada edad de los ejemplares que de esta especie nos reciben nada más acceder a este jardín.
Resulta interesante que sean precisamente unos cipreses de los primeros árboles que dan la bienvenida al visitante del jardín, de manera similar a como los antiguos romanos comunicaban asilo y cobijo al viajero, cuando plantaban estos árboles en los caminos de ingreso de sus casas. De hecho, los cipreses se han asociado desde antaño con la hospitalidad, pero también con la inmortalidad, ya que el ciprés es de hecho una especie muy longeva que puede vivir 3000 años. Los poetas griegos y latinos atribuían al ciprés un significado funerario, considerándolo el árbol de los difuntos, al estar consagrado a Plutón, dios de los Infiernos. Este simbolismo espiritual, ligado a la vida eterna, fue retomado por los cristianos y por ello acompaña las tumbas y los cementerios.
Se creía además que era, junto con el cedro, el olivo y la palmera, uno de los cuatro árboles cuya madera había sido utilizada para construir la cruz de Cristo y también el arca de Noé. El ciprés es uno de los árboles más apreciados por las culturas antiguas de Europa y Próximo Oriente por sus propiedades medicinales -aparece por este motivo ya en una inscripción asiria de hace 3500 años-, su resistente madera y sus cualidades aromáticas. Un árbol cuya presencia en sus jardines parecería indispensable a ese duque de Montpensier que había viajado por el Mediterráneo y quería evocar, en los territorios de su palacio, las especies vistas en sus periplos de juventud.