Entre las diversas especies que habitan los jardines del Palacio de Orléans y Borbón de Sanlúcar de Barrameda, destacan los enormes ejemplares de laurel de India, muchos de ellos centenarios y de una altura en algunos casos superior a los 30 metros. Sus amplias copas dan, al espacio del jardín allí donde se encuentran, un aspecto denso y umbroso que, unido a al perfil ondulante que caracteriza en ciertos puntos al jardín del palacio sanluqueño, permite transportar al visitante a una selva distante.
El laurel de India es un Ficus en realidad nativo del sureste de Asia y de Australia que se distingue por la lisura del tronco y por unas poderosas raíces aéreas que, cuando alcanzan el suelo, enraízan y se engrosan casi como nuevos troncos. Su crecimiento relativamente rápido y muy vigoroso hace que estos árboles puedan alcanzar un gran porte, además de unas copas muy frondosas que albergan como descansadero o lugar de anidación a multitud de pájaros, muchos de los cuales se alimentan de sus frutos.
Grandes árboles asociados a pájaros como éste u otros de la India y del sureste asiático bien pudieron inspirar la historia fabulosa de unas aves colosales y un árbol gigantesco que Pigafetta, a finales de enero de 1522, recoge en su diario, una vez que la expedición se encontraban iniciando desde Timor su travesía por el Océano Índico. Habla Pigafetta de cómo le refirieron la leyenda de la existencia al norte de Java la Mayor, en el golfo de la China, de un árbol enorme, donde se posan ciertas aves llamadas garuda, tan grandes y tan fuertes que levantan a un búfalo y aun un elefante. Garuda es un ave mitológica del hinduismo y el budismo, presente en los emblemas nacionales de Indonesia y Tailandia, tan grande que podía tapar la luz del sol. Este pájaro mítico, de tener que posarse en la copa de un árbol, éste debería ser tan grande como el del laurel de indias o el del algún pariente como el banaiano (Ficus benghalensis), árbol sagrado que también aparece en el escudo de Indonesia. En esta entrada de su diario Pigafetta, antes que describir algo real que vio, se nos presenta aquí como un recopilador de folclore local. El cronista italiano puede de hecho ser de los primeros occidentales que recoge esta historia sagrada del sureste asiático, la historia de Garuda, un pájaro que renació de sus cenizas como el ave fénix.