África Oriental
La mbira, kalimba o likembe se asocia a los shonas, una tribu bantú asentada en lo que hoy se conoce como Zimbabue y está compuesta por un grupo de láminas de metal o bambú, adheridas a un tablero o resonador de madera.
La difusión a lo largo del siglo XX de la mbira africana en occidente se debe al etnomusicólogo inglés Hugh Tracey, aunque fue el misionero dominico portugués João dos Santos el que recogió por primera vez la descripción de este instrumento musical en su libro Ethiopia Oriental (1609), una descripción de los principales reinos de la costa de Mozambique, así como “las costumbres y ritos de sus habitantes, animales, bichos y fieras que en ellos se crían y otras cosas notables”, como los dragos de Madagascar y Socotra a los que compara con los dragos canarios… todos ellos relictos insulares.
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En la valiha, citara considerada como elemento nacional, el instrumento y el material que lo conforma se funden en una misma cosa: tradicionalmente su cuerpo era de bambú rodeado de una red de tiras de la propia materia vegetal levantada sobre caballetes, y la especie de Valiha diffusa. Madagascar se ha conformado como resultado de la superposición y síntesis de influencias indonesias, africanas, árabes, hindúes, chinas y europeas. De una manera inversa y paradójica, muchas de las plantas que caracterizan el paisaje de Las Palmas de Gran Canaria provienen de Madagascar, como las dracenas, aloes, pándanos, dombeyas, arecas, o flamboyanes que encienden sus calles.
Precisamente, el músico (y botánico amateur) Camille Saint-Säens tuvo a principios de siglo XX una intensa relación con Las Palmas de Gran Canaria que fructificó en la composición de una obra titulada Valse-canariote, y que dedicó a Candelaria Navarro Sigala. En la portada de la partitura representó un paisaje aparentemente canario pero en el cual, curiosamente, aparecen múltiples especies de Madagascar... atendiendo a esta circunstancia, la obra bien podría haberse titulado Valse-madagascanariote.
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Canto de mujeres mikea, pertenecientes una pequeña sociedad de cazadores-recolectores consideradas como una facción del grupo de los sakalava. La composición de los mikea no atiende a ningún linaje étnico sino a un modo de vida común: al que se acogieron aquellos que, cualquiera fuera su procedencia, se refugiaron en el bosque de Mikea, en Madagascar, huyendo del control coercitivo y de la violencia...
Esta singularidad como melting-pot de los mikea nos hace recordar como Madagascar o Canarias lejos de estar aisladas, han sido puntos de paso obligado para culturas procedentes de las lejanas costas de los océanos que las circundan. Afloran así, como auténticos crisoles culturales y botánicos, donde la evolución diferenciada de sus propios ecosistemas, se ha ido aderezando con la llegada de nuevas especies e influencias procedentes de India, Pakistán, África, Europa o el sudeste asiático. Una de estas relaciones se intuye en la propia lengua malgache de las etnias nativas de Madagascar, la cual se emparenta con los idiomas malayo-polinesios como el ma'anyan, hablada en el sur de Borneo.
Curiosamente, esas costas hoy lejanas fueron vecinas: el subcontinente Indio se separó de Madagascar cuando se dividió Pangea, evolucionando sus ecosistemas en paralelo pero por separado desde ancestros comunes, y viajando desde las costas de lo que hoy llamamos África hasta en sur de Asia, desde donde siglos más tarde sus poblaciones humanas partieron para hacer el viaje en sentido contrario.